LA ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR

Cum Maria contemplemur Christi vultum!

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¡ Oh Virgen fiel, que fuiste siempre solícita y dispuesta a recibir,
conservar y meditar la Palabra de Dios!:
Haz que también nosotros, en medio de las  dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana.
 

 

Akáthistos

Himno Litúrgico Mariano

Dios te salve, María

Plegaria de Consagración a la Santísima Virgen

 

PEREGRINACIÓN CON NUESTRA SEÑORA DE LA ENCARNACIÓN

25 de marzo al 25 de diciembre

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Sabemos que la Santa Virgen es la Reina del Cielo y de la tierra. Pero Ella es más Madre que Reina y no se diga que, debido a esas prerrogativas, eclipsa la gloria de todos los santos, así como el sol al salir hace desaparecer a las estrellas. Que una madre disminuya la gloria de sus hijos. ¡Qué cosa más extraña! Yo pienso todo lo contrario: creo que Ella aumentará el esplendor de los hijos.

Santa Teresa del Niño Jesús. Últimas entrevistas: 21.8.1897.

 

 

 

 

 

Oh María,
Aurora del mundo nuevo,
Madre de los vivientes,
a Ti confiamos la causa de la vida:
mira, Madre, el número inmenso
de niños a quienes se impide nacer,
de pobres a quienes se hace difícil vivir,
de hombres y mujeres víctimas
de violencia inhumana,
de ancianos y enfermos muertos
a causa de la indiferencia
o de una presunta piedad.
Haz que quienes creen en tu Hijo
sepan anunciar con firmeza y amor
a los hombres de nuestro tiempo
el Evangelio de la vida.
Alcánzales la gracia de acogerlo
como don siempre nuevo,
la alegría de celebrarlo con gratitud
durante toda su existencia
y la valentía de testimoniarlo
con solícita constancia, para construir,
junto con todos los hombres de buena voluntad,
la civilización de la verdad y del amor,
para alabanza y gloria de Dios Creador
y amante de la vida.
.

San Juan Pablo II, Oración al concluir la Encícilica "Evangelium Vitae" Solemnidad de la Anunciación del Señor, 25 de marzo de 1995. 

 

 

Virgo Fidelis, Virgen Fiel

"...De entre tantos títulos atribuidos a la Virgen, a lo largo de los siglos, por el amor filial de los cristianos, hay uno de profundísimo significado: Virgo Fidelis, Virgen fiel. ¿Qué significa esta fidelidad de María?¿Cuáles son les dimensiones de esa fidelidad?
 
La primera dimensión se llama búsqueda. María fue fiel ante todo cuando, con amor se puso a buscar el sentido profundo del Designio de Dios en Ella y para el mundo. “ Quomodo fiet? -¿Cómo sucederá esto? ”, preguntaba Ella al Ángel de la Anunciación. Ya en el Antiguo Testamento el sentido de esta búsqueda se traduce en una expresión de rara belleza y extraordinario contenido espiritual: “ buscar el Rostro del Señor ”. No habrá fidelidad si no hubiere en la raíz esta ardiente, paciente y generosa búsqueda; si no se encontrara en el corazón del hombre una pregunta, para la cual sólo Dios tiene respuesta, mejor dicho, para la cual sólo Dios es la respuesta.
 
La segunda dimensión de la fidelidad se llama acogida, aceptación. El  “quomodo fiet” se transforma, en los labios de María, en un “fiat”. Que se haga, estoy pronta, acepto: éste es el momento crucial de la fidelidad, momento en el cual el hombre percibe que jamás comprenderá totalmente el cómo; que hay en el Designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia; que, por más que haga, jamás logrará captarlo todo. Es entonces cuando el hombre acepta el misterio, le da un lugar en su corazón así como “ María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón ” Es el momento en el que el hombre se abandona al misterio, no con la resignación de alguien que capitula frente a un enigma, a un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre para ser habitado por algo – ¡por Alguien! – más grande que el propio corazón. Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe que es la adhesión de todo el ser al misterio que se revela.
 
Coherencia, es la tercera dimensión de la fidelidad. Vivir de acuerdo con lo que se cree. Ajustar la propia vide al objeto de la propia adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree: esta es la coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más intimo de la fidelidad.
 
Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El “fiat” de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el “fiat” silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en les tinieblas lo que se aceptó en público.
 
De todas les enseñanzas que la Virgen da a sus hijos, quizás la más bella e importante es esta lección de fidelidad..."
 
 (San Juan Pablo II, extracto de la Homilía en la Catedral de la ciudad de México,  26 de enero de 1979.)

 

CATEQUESIS DE SAN JUAN PABLO II

 

ENCÍCLICA "REDEMPTORIS MATER"

Audiencia General del miércoles 25 de marzo  de 1987

EL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA

 EN LA CONCEPCIÓN VIRGINAL DE JESÚS

 Audiencia General del miércoles 4 de abril de 1990

EL ESPÍRITU SANTO Y MARÍA,

 MODELO DE LA UNIÓN NUPCIAL DE DIOS CON LA HUMANIDAD

 Audiencia General del miércoles 2 de mayo  de 1990

AKÁSTHISTOS

 Extracto Homiía 8 de diciembre de 2000 - Santa Maria la Mayor

  DIOS TE SALVE, MARÍA

Plegaria de Consagración a la Santísima Virgen María

 

LA ENCÍCLICA "REDEMPTORIS MATER"

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. La solemnidad de la Anunciación del Señor, que celebramos hoy, dirige nuestro pensamiento a la casa de Nazaret y nos sumerge en el silencioso estupor que solemos sentir cuando contemplamos idealmente el rayo de la luz del Espíritu Santo que inundó con su poder a la Virgen "llena de gracia".   
 
Es éste el acontecimiento misterioso que esperaba toda la historia y hacia el cual ha seguido y seguirá convergiendo desde entonces, con renovada admiración, la historia posterior.   
 
Con aquella unión extraordinaria entre cielo y tierra, que tuvo como protagonistas -del mundo creado- al Ángel y a la humilde Jovencita del pueblo de Israel, el curso de los siglos desembocó en la "plenitud de los tiempos", sancionó el momento arcano en que el Hijo de Dios vino a habitar entre nosotros (Jn 1, 14). Este admirable acontecimiento fue posible gracias a María, Madre del Redentor. Sin su "Sí" a la iniciativa de Dios, Cristo no habría nacido.

2.
En el clima espiritual del misterio de la Anunciación y en la misma fecha de su celebración litúrgica he situado la Encíclica dedicada a la Virgen María, que había anunciado el primero de enero y que se publica hoy en la perspectiva del Año Mariano.   
 
La he pensado desde hace tiempo. La he cultivado largamente en el corazón. Ahora agradezco al Señor que me haya concedido ofrecer este servicio a los hijos e hijas de la Iglesia, correspondiendo a expectativas, de las que me habían llegado ciertos signos.   
 
3.
Esta Encíclica es básicamente una "meditación" sobre la revelación del misterio de salvación, que fue comunicado a María en los albores de la redención y en el cual fue llamada a participar y a colaborar de modo excepcional y extraordinario.   
 
Es una meditación que evoca y, en algunos aspectos, profundiza el magisterio conciliar y, en concreto el capítulo octavo de la Constitución dogmática Lumen gentium sobre la
"Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia".   
 
Sabéis, queridos hermanos y hermanas, que se trata del capítulo que corona el documento fundamental del Vaticano II; un texto especialmente significativo, pues ningún Concilio Ecuménico anterior había presentado una síntesis tan amplia de la doctrina católica sobre el lugar que ocupa María Santísima en el misterio de Cristo y de la Iglesia.   
 
Las reflexiones que nacen del mismo se alargan a todo el horizonte bíblico, desde sus comienzos hasta las simbólicas visiones del Apocalipsis, cargadas de misterio, sobre el mundo futuro. En ese horizonte aparece repetidamente, en las etapas y en el mensaje de la salvación, la figura de una "mujer", que asume contornos precisos en María de Nazaret cuando suena la hora de la redención. La
Encíclica se llama, en efecto "Redemptoris Mater", titulo emblemático que indica ya de por sí su orientación doctrinal y pastoral hacia Cristo.   
 
4. La índole cristológica del discurso desarrollado en la Encíclica se funde con la dimensión eclesial y con la mariológica. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo que se extiende místicamente a través de los siglos (cf. 1 Cor 12, 27). Y María de Nazaret es la Madre de ese Cuerpo. Madre de la Iglesia.
  
Por esta razón, la Iglesia "mira" a María a través de Jesús, lo mismo que "mira" a Jesús a través de María (cf. Redemptoris Mater, 26). Esta reciprocidad nos permite profundizar incesantemente, junto con el patrimonio de las verdades creídas, en la órbita de la "obediencia de la fe", que marca los pasos de esa criatura excelsa desde la casa de Nazaret a Ain-Karim, en el templo, en Caná, en el Calvario; y posteriormente, entre los muros del Cenáculo, en la espera orante del Espíritu Santo. María "avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz" (Lumen gentium, 58).

Sierva del Señor, Madre, discípula, María es modelo, guía y sostén en el camino del Pueblo de Dios sobre todo en las etapas más relevantes.

Ante nosotros aparece ahora la conmemoración bimilenaria del nacimiento de Cristo, que se acerca a pasos agigantados. Se trata de un acontecimiento que, más allá del aspecto conmemorativo, debe ser vivido en su realidad permanente de "plenitud de los tiempos". Por ello es necesario disponer nuestras mentes y nuestros corazones. Y la peregrinación de fe, síntesis de la experiencia vivida por la Virgen María, abre un camino que, en el transcurso del Año Mariano, la Iglesia recorrerá a la luz del "Magníficat": el himno profético, que hacen propio todos los hombres y mujeres que se sienten auténticamente Iglesia, y por ello perciben en toda su amplitud los imperativos de los "tiempos nuevos".

5. La
Encíclica expresa el aliento que emana de la universalidad de la redención realizada por Cristo y de la universalidad de la maternidad de la Virgen María.

Dirigida a los fieles de la Iglesia católica, convocados para celebrar el Año Mariano, la Encíclica presta su voz a la profunda aspiración de la unidad de todos los cristianos, codificada por el Concilio Vaticano II y expresada mediante el diálogo ecuménico. Se hace además eco de la alegría y el consuelo manifestados por el Concilio al constatar que "también entre los hermanos desunidos no faltan quienes tributan el debido honor a la Madre del Señor y Salvador, especialmente entre los orientales, que concurren con impulso ferviente y ánimo devoto al culto de la siempre Virgen Madre de Dios" (Lumen gentium, 69).     
 
En este orden de ideas he deseado recordar también el milenario del bautismo de San Vladimiro de Kiev, ocurrido el año 988, con el cual comenzó la expansión del cristianismo entre los pueblos de la antigua Rusia, extendiéndose luego a otros territorios de la Europa Oriental hasta el Norte de Asia. Toda la Iglesia es invitada a unirse por la oración a todos los ortodoxos y católicos que celebran esta efemérides.

6. El horizonte de la
"Redemptoris Mater", al tocar la dimensión cósmica del misterio de la redención, se abre a todo el género humano, por la solidaridad con que la Iglesia se halla vinculada a los hombres, con quienes comparte el camino terreno, consciente de los formidables problemas que agitan las raíces de la civilización en la frontera entre los dos milenios, con esa perenne tensión entre el "caer" y el "resurgir" del hombre. La Encíclica asume los grandes anhelos que atraviesan actualmente la conciencia del mundo: individuos, familias y naciones.   
 
A la Santa Madre del Redentor encomiendo con afecto esta
Encíclica, mientras deseo que las celebraciones promovidas por las Iglesias particulares durante el Año Mariano encuentren en ella inspiración para un fuerte incremento de la vida cristiana, sobre todo mediante la participación en los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. Son éstas las fuentes de las que se debe sacar la energía necesaria para realizar la propia misión en la Iglesia y en el mundo, según el imperativo que la Virgen repite también en esta fase de la historia: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 5).

El Espíritu Santo y Maria en  la concepción virginal de Jesús

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Todo el "evento" de Jesucristo se explica mediante la acción del Espíritu Santo, como se dijo en la catequesis anterior. Por esto, una lectura correcta y profunda del "evento" de Jesucristo - y de cada una de sus etapas - es para nosotros el camino privilegiado para alcanzar el pleno conocimiento del Espíritu Santo. La verdad sobre la tercera Persona de la Santísima Trinidad la leemos sobre todo en la vida del Mesías: de Aquel que fue "consagrado con el Espíritu" (cf. Hch 10, 38). Es una verdad especialmente clara en algunos momentos de la vida de Cristo, sobre los cuales reflexionaremos también en las catequesis sucesivas. El primero de estos momentos es la misma Encarnación, es decir, la venida al mundo del Verbo de Dios, que en la concepción asumió la naturaleza humana y nació de María por obra del Espíritu Santo: "Conceptus de Spiritu Sancto, natus ex Maria Virgine", como decimos en el Símbolo de la fe.   
  
2. Es el misterio encerrado en el hecho del que nos habla el evangelio en las dos redacciones de Mateo y de Lucas, a las que acudimos como fuentes substancialmente idénticas, pero a la vez complementarias. Si se atiende al orden cronológico de los acontecimientos narrados se tendría que comenzar por Lucas; pero para la finalidad de nuestra catequesis es oportuno tomar como punto de partida el texto de Mateo, en el cual se da la explicación formal de la concepción y del nacimiento de Jesús (quizá en relación con las primeras habladurías que circulaban en los ambientes judíos hostiles). El Evangelista escribe: "La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). El Evangelista añade que a José le informó de este hecho un mensajero divino: "El Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: 'José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo'" (Mt 1, 20).  
 
La intención de Mateo es, por tanto, afirmar de modo inequívoco el origen divino de ese hecho, que él atribuye a la intervención del Espíritu Santo. Esta es la explicación que hizo texto para las comunidades cristianas de los primeros siglos, de las cuales provienen tanto los Evangelios como los símbolos de la fe, las definiciones conciliares y las tradiciones de los Padres.

A su vez, el texto de Lucas nos ofrece una precisión sobre el momento y el modo en el que la maternidad virginal de María tuvo origen por obra del Espíritu Santo (cf. Lc 1, 26-38). He aquí las palabras del mensajero, que narra Lucas: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 35).
 
3. Entretanto notamos que la sencillez, viveza y concisión con las que Mateo y Lucas refieren las circunstancias concretas de la Encarnación del Verbo, de la que el prólogo del IV Evangelio ofrecerá después una profundización teológica, nos hacen descubrir qué lejos está nuestra fe del ámbito mitológico al que queda reducido el concepto de un Dios que se ha hecho hombre, en ciertas interpretaciones religiosas, incluso contemporáneas. Los textos evangélicos, en su esencia, rebosan de verdad histórica por su dependencia directa o indirecta de testimonios oculares y sobre todo de María, como de fuente principal de la narración. Pero, al mismo tiempo, dejan trasparentar la convicción de los Evangelistas y de las primeras comunidades cristianas sobre la presencia de un misterio, o sea, de una verdad revelada en aquel acontecimiento ocurrido "por obra del Espíritu Santo". El misterio de una intervención divina en la Encarnación, como evento real, literalmente verdadero, si bien no verificable por la experiencia humana, más que en el "signo" (cf. Lc 2, 12) de la humanidad, de la "carne", como dice Juan (1, 14), un signo ofrecido a los hombres humildes y disponibles a la atracción de Dios. Los Evangelistas, la lectura apostólica y post-apostólica y la tradición cristiana nos presentan la Encarnación como evento histórico y no como mito o como narración simbólica. Un evento real, que en la "plenitud de los tiempos" (cf. Ga 4, 4) actuó lo que en algunos mitos de la antigüedad podía presentirse como un sueño o como el eco de una nostalgia, o quizá incluso de un presagio sobre una comunión perfecta entre el hombre y Dios. Digamos sin dudar: la Encarnación del Verbo y la intervención del Espíritu Santo, que los autores de los evangelios nos presentan como un hecho histórico a ellos contemporáneo, son consiguientemente misterio, verdad revelada, objeto de fe.
         
4. Nótese la novedad y originalidad del evento también en relación con las escrituras del Antiguo Testamento, las cuales hablaban sólo de la venida del Espíritu (Santo) sobre el futuro Mesías: "Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahveh" (Is 11, 1-2); o bien: "El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh" (Is 61, 1). El evangelio de Lucas habla, en cambio, de la venida del Espíritu Santo sobre María, cuando se convierte en la Madre del Mesías. De esta novedad forma parte también el hecho de que la venida del Espíritu Santo esta vez atañe a una mujer, cuya especial participación en la obra mesiánica de la salvación se pone de relieve. Resalta así al mismo tiempo el papel de la Mujer en la Encarnación y el vínculo entre la Mujer y el Espíritu Santo en la venida de Cristo. Es una luz encendida también sobre el misterio de la Mujer, que se deberá investigar e ilustrar cada vez más en la historia por lo que se refiere a María, pero también en sus reflejos en la condición y misión de todas las mujeres.

5. Otra novedad de la narración evangélica se capta en la confrontación con las narraciones de los nacimientos milagrosos que nos transmite el Antiguo Testamento (cf. por ejemplo, 1 S 1, 4-20; Jc 13, 2-24). Esos nacimientos se producían por el camino habitual de la procreación humana, aunque de modo insólito, y en su anuncio no se hablaba del Espíritu Santo. En cambio, en la anunciación de María en Nazaret, por primera vez se dice que la concepción y el nacimiento del Hijo de Dios como hijo suyo se realizará por obra del Espíritu Santo. Se trata de concepción y nacimiento virginales, como indica ya el texto de Lucas con la pregunta de María al ángel: "¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?" (Lc 1, 34). Con estas palabras María afirma su virginidad, y no sólo como hecho, sino también, implícitamente, como propósito.
       
Se comprende mejor esa intención de un don total de sí a Dios en la virginidad, si se ve en ella un fruto de la acción del Espíritu Santo en María. Esto se puede percibir por el saludo mismo que el ángel le dirige: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28). El Evangelista también dirá del anciano Simeón que "este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo" (Lc 2, 25). Pero las palabras dirigidas a María dicen mucho más: afirman que Ella estaba "transformada por la gracia", "establecida en la gracia". Esta singular abundancia de gracia no puede ser más que el fruto de una primera acción del Espíritu Santo como preparación al misterio de la Encarnación. El Espíritu Santo hace que María esté perfectamente preparada para ser la Madre del Hijo de Dios y que, en consideración de esta divina maternidad, Ella sea y permanezca virgen. Es otro elemento del misterio de la Encarnación que se trasluce del hecho narrado por los evangelios.
 
6. Por lo que se refiere a la decisión de María en favor de la virginidad nos damos cuenta mejor que se debe a la acción del Espíritu Santo si consideramos que en la tradición de la Antigua Alianza, en la que Ella vivió y se educó, la aspiración de las "hijas de Israel", incluso por lo que se refiere al culto y a la Ley de Dios, se ponía más bien en el sentido de la maternidad, de forma que la virginidad no era un ideal abrazado e incluso ni siquiera apreciado. Israel estaba totalmente invadido del sentimiento de espera del Mesías, de forma que la mujer estaba psicológicamente orientada hacia la maternidad incluso en función del adviento mesiánico, la tendencia personal y étnica subía así al nivel de la profecía que penetraba la historia de Israel, pueblo en el que la espera mesiánica y la función generadora de la mujer estaban estrechamente vinculadas. Así, pues, el matrimonio tenía una perspectiva religiosa para las "hijas de Israel". 
 
Pero los caminos del Señor eran diversos. El Espíritu Santo condujo a María precisamente por el camino de la virginidad, por el cual Ella está en el origen del nuevo ideal de consagración total -alma y cuerpo, sentimiento y voluntad, mente y corazón- en el pueblo de Dios en la Nueva Alianza, según la invitación de Jesús, "por el Reino de los Cielos" (Mt 19, 12). De este nuevo ideal evangélico hablé en la Encíclica Mulieris dignitatem (n. 20).  
         
7. María, Madre del Hijo de Dios hecho hombre, Jesucristo, permanece como Virgen el insustituible punto de referencia para la acción salvífica de Dios. Tampoco nuestros tiempos, que parecen ir en otra dirección, pueden ofuscar la luz de la virginidad (el celibato por el Reino de Dios) que el Espíritu Santo ha inscrito de modo tan claro en el misterio de la Encarnación del Verbo. Aquel que, "concebido del Espíritu Santo, nació de María Virgen", debe su nacimiento y existencia humana a aquella maternidad virginal que hizo de María el emblema viviente de la dignidad de la mujer, la síntesis de las dos grandezas, humanamente inconciliables -precisamente la maternidad y la virginidad- y como la certificación de la verdad de la Encarnación. María es verdadera madre de Jesús, pero sólo Dios es su padre, por obra del Espíritu Santo.
 

El Espíritu Santo y María, modelo de la unión nupcial de Dios con la humanidad

Queridos hermanos y hermanas:   

 

 
1. La revelación del Espíritu Santo en la Anunciación está unida al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y de la maternidad divina de María. Vemos así que, en el evangelio de San Lucas, el ángel dice a la Virgen: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti" (Lc 1, 35). Es también la acción del Espíritu Santo lo que suscita en Ella la respuesta, en la que se manifiesta un acto consciente de la libertad humana: "Hágase en mi según tu palabra" (Lc 1, 38). Por eso, en la Anunciación se encuentra el perfecto "modelo" de lo que es la relación personal Dios-hombre.   

Ya en el Antiguo Testamento esta relación presenta una característica particular. Nace en el terreno de la Alianza de Dios con el pueblo elegido (Israel). Y esta Alianza en los textos proféticos se expresa con un simbolismo nupcial: es presentada como un vínculo nupcial entre Dios y la humanidad. Es preciso recordar este hecho para comprender en su profundidad y belleza la realidad de la Encarnación del Hijo como una particular plenitud de la acción del Espíritu Santo.
     
2. Según el profeta Jeremías, Dios dice a su pueblo: "Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada, virgen de Israel" (Jr 31, 3-4). Desde el punto de vista histórico, hay que colocar este texto en relación con la derrota de Israel y la deportación a Asiria, que humilla al pueblo elegido, hasta el grado de creerse abandonado por su Dios. Pero Dios lo anima, hablándole como padre o esposo a una joven amada. La analogía esponsal se hace aún más clara y explícita en las palabras del segundo Isaías, dirigidas, durante el tiempo del exilio en Babilonia, a Jerusalén como a una esposa que no se mantenía fiel al Dios de la Alianza: "Porque tu esposo es tu Hacedor, Yahveh Sebaot es su nombre... Como a mujer abandonada y de contristado espíritu te llamó Yahveh; y la mujer de la juventud ¿es repudiada? -dice tu Dios. Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he compadecido -dice Yahveh tu Redentor" (Is 54, 5-8).      
   
3. En los textos citados se subraya que el amor nupcial del Dios de la Alianza es "eterno". Frente al pecado de la esposa, frente a la infidelidad del pueblo elegido, Dios permite que se abatan sobre él experiencias dolorosas, pero a pesar de ello le asegura, mediante los profetas, que su amor no cesa. Él supera el mal del pecado, para dar de nuevo. El profeta Oseas declara con un lenguaje aún más explícito: "Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh" (Os 2, 21-22).
    
4. Estos textos extraordinarios de los profetas del Antiguo Testamento alcanzan su verdadero cumplimiento en el misterio de la Encarnación. El amor nupcial de Dios hacia Israel, pero también hacia todo hombre, se realiza en la Encarnación de una manera que supera la medida de las expectativas del hombre. Lo descubrimos en la página de la anunciación, donde la Nueva Alianza se nos presenta como Alianza nupcial de Dios con el hombre, de la divinidad con la humanidad. En ese cuadro de alianza nupcial, la Virgen de Nazaret, María, es por excelencia la "virgen-Israel" de la profecía de Jeremías. Sobre ella se concentra perfecta y definitivamente el amor nupcial de Dios, anunciado por los profetas. Ella es también la virgen-esposa a la que se concede concebir y dar a luz al Hijo de Dios: fruto particular del amor nupcial de Dios hacia la humanidad, representada y casi comprendida en María.
 
5. El Espíritu Santo, que desciende sobre María en la Anunciación, es quien en la relación trinitaria, expresa en su persona el amor nupcial de Dios, el amor "eterno". En aquel momento Él es, de modo particular, el Dios-Esposo. En el misterio de la Encarnación, en la concepción humana del Hijo de Dios, el Espíritu Santo conserva la trascendencia divina. El texto de Lucas lo expresa de una manera precisa. La naturaleza nupcial del amor de Dios tiene un carácter completamente espiritual y sobrenatural. Lo que dirá Juan a propósito de los creyentes en Cristo vale mucho más para el Hijo de Dios, que no fue concebido en el seno de la Virgen "ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios" (Jn 1, 13). Pero sobre todo expresa la suprema unión del amor, realizada entre Dios y un ser humano por obra del Espíritu Santo.
     
6. En este esponsalicio divino con la humanidad, María responde al anuncio del ángel con el amor de una esposa, capaz de responder y adaptarse de modo perfecto a la elección divina. Por todo ello, desde el tiempo de San Francisco de Asís, la Iglesia llama a la Virgen "Esposa del Espíritu Santo". Sólo este perfecto amor nupcial, profundamente enraizado en su completa donación virginal a Dios, podía hacer que María llegase a ser "Madre de Dios" de modo consciente y digno, en el misterio de la Encarnación.
     
En la Encíclica Redemptoris Mater escribí: "El Espíritu Santo ya ha descendido a Ella, que se ha convertido en su esposa fiel en la anunciación, acogiendo al Verbo de Dios verdadero, prestando 'el homenaje del entendimiento y de la voluntad, y asintiendo voluntariamente a la revelación hecha por Él' más aún, abandonándose plenamente en Dios por medio de la 'obediencia de la fe', por la que respondió al ángel: 'He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra' (n. 26)
      
7. María, con este acto y gesto, totalmente diverso del de Eva, se convierte, en la historia espiritual de la humanidad, en la nueva Esposa, la nueva Eva, la Madre de los vivientes, como dirán con frecuencia los Doctores y Padres de la Iglesia. Ella será el tipo y el modelo, en la Nueva Alianza, de la unión nupcial de Espíritu Santo con toda la comunidad humana, mucho más allá del ámbito del antiguo Israel: todos los individuos y todos los pueblos estarán llamados a recibir el don y a beneficiarse de él en la nueva comunidad de los creyentes que han recibido "poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1, 12) y en el bautismo han renacido "del Espíritu" (Jn 3, 3) entrando a formar parte de la familia de Dios.

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